El Dr. Aníbal Tejada, visión de dos generaciones de médicos egresados de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá

Dr. Anibal Tejada

Dr. Anibal Tejada

Por los doctores Tomás P. Owens Saad y Thomas P. Owens Jaén
Publicado originalmente en la Revista Lotería, No. 435, abril de 2001

La Segunda Era de la Facultad de Medicina de Panamá

Las décadas de los sesentas y setentas traen la consolidación de la Facultad de Medicina como una institución por derecho propio, sólida, establecida.  No más un experimento o simplemente una oportunidad para estudiar la carrera dentro del país de forma menos onerosa.  No más un concepto local de menor calado, para aquellos que no pudiesen alcanzar una escuela en el extranjero, La Facultad entra en una segunda era de respeto propio.

Estudiantes de todo el país aspiran a formar parte de la Facultad, hombres y mujeres se inscriben como aspirantes y consideran la Facultad de Medicina de Panamá como su primera y más alta preferencia.

La Facultad de Medicina se concibió a través de la simbiosis de  prohombres nacionales y eruditos europeos y suramericanos. Su infancia se forjó a través de valores cuya primera carrera se produjo en España, Italia o en el Ecuador y que se aunó a doctos nacionales de carrera forjada.

En 1961, John F. Kennedy inicia su presidencia en los Estados Unidos y recuerda en su discurso inaugural que es el primer presidente nacido en ese siglo.  Panamá vive un periodo democrático y la economía mundial está en un punto floreciente.

La nueva década trae consigo una nueva generación para nuestra Facultad: entusiasta, dinámica y decididamente autóctona.  Ninguna persona, antes o después, representa mejor el deseo de engrandecer la educación médica en Panamá que uno de los primeros miembros de esta generación:  Aníbal Tejada.

Corría el año del 1960 y nuestro pequeño contingente de estudiantes de medicina se presentaba por vez primera, en las salas del Hospital Santo Tomás, al paciente postrado, para obtener de él las enseñanzas propedéuticas, básicas, que harían de nosotros, médicos cabales, en el decir de Marañón.

El primer día que nos tocó rotar, nuestro maestro, el Dr. Rolando Chanis, se presentó acompañado de un joven médico ayudante a quien presentó corno el erudito de la medicina, residente de Medicina Interna completo, quien nos guiaría como preceptor en los rudimentos de la practica clínica. El joven internista tuvo en nosotros una impresión impactante desde el primer momento. Nítido en su vestir, sereno, preciso en sus intervenciones, respetable en sus modales, con un profundo conocimiento de la medicina y un muy vasto acervo de cultura general, tuvo en nosotros a su primer grupo de alumnos -siempre nos hemos sentido orgullosos que el destino nos permitiera haber sido su primera promoción de aprendices- y, para bien de muchas generaciones se mantuvo imperturbable en su docencia continua de estudiantes de medicina de la Escuela de Medicina de Panamá.

Este maestro, tutor y amigo fue el Dr. Aníbal Tejada Aníbal Tejada, quien nació en Santiago de Veraguas, el 20 de enero de 1928.

Fue el mayor de 4 hijos de Silvia García de Tejada y Foción Tejada.En su propio decir, su infancia fue muy humilde. «Mi mayor problema siempre fue que la maestra de tercer grado insistía en que debía ponerme  zapatos para ir a clase», solía decir el Dr. Tejada durante sus pláticas a los estudiantes, en su afán de explicar cuanto mejores eran las situaciones del momento en comparación con el pasado. Extremadamente responsable, descolIa en sus estudios primarios y con ayuda de sus tíos, alcanza matricularse en el Colegio La Salle para avanzar sus estudios secundarios en la ciudad capital. Allí se gradúa con el Primer Puesto de Honor el 6 de febrero de 1945.

De una manera que se convierte en típica de su vida futura: no acepta ofrecer el discurso de graduación, sugiere lo haga un compañero quien posteriormente sería el único inmolado en la dictadura militar, y termina por ser presentado por el Director del Batallón Juana de Arco.

Inicia estudios en la Universidad de Tulane, en Nueva Orleáns pero sumamente interesado en la carrera de ingeniería, aplica para becas en México. Curiosamente, confesó años más tarde, fue a insistencia de su padre, Foción, que acepta la oportunidad, en cambio, de estudiar medicina en la prestigiosa Escuela Médico Militar, donde se destacó como brillante estudiante y se graduó en el año de 1955.

Regresó a Panamá y terminó la residencia de Medicina Interna en el Hospital Santo Tomás. Ya durante su residencia, fue incorporado como profesor Ad honorem en la cátedra de Propedéutica Clínica y Fisiopatología del Dr. Rolando Chanis, quien reconoció la calidad de su pensamiento, la decisión en su práctica clínica y su ferviente deseo de enseñar.

Fue funcionario de tiempo completo en el Hospital Santo Tomás hasta el año de 1962 cuando se trasladó al entonces nuevo Hospital General de la Caja de Seguro Social. Internos y residentes de aquellas generaciones recuerdan a un clínico  extraordinario de gran compasión e incisiva memoria. Del año 1951 al 1968 fue enviado por la Caja de Seguro Social a realizar un Felowship de Medicina lnterna y Neurología Clínica en los Hospitales Peter Ben Brigham y Massachussets General de la Universidad de Harvard, recomendado por el Dr. Rolando Chanis. Durante su estadía, fue recompensado con el título de Instructor Clínico de la Harvard Medical School por sus habilidades pedagógicas.  A su regreso, el Dr. Tejada consolida su genuino «matrimonio» con la Facultad de Medicina de Panamá. Es nombrado Profesor Temporal de Neuroanatomía en el año de 1970 y luego Profesor Regular de Propedéutica Clínica y Fisiopatología en el año de 1971. La Facultad de Medicina, desde su inicio, dependió de médicos de alto calibre que rindieron gigantes tareas por la Facultad; sin embargo, ninguno, entonces o ahora, supeditó toda esta actividad a la educación medica.

Aníbal Tejado abrazó su vocación de educador médico de forma completa, y es por ello que representa la esencia del papel de la Facultad como formadora de nuevos profesionales. Fue en nuestra Facultad de Medicina donde brilló el Dr. Tejada, como maestro, tutor y organizador.

Se inició como profesor en las aulas y las salas del hospital cuando terminaba su primera era de la Facultad de Medicina. Creada en el año del 1951, se origina  como una pequeña escuela con el modelo flexneriano dirigida mayormente por eminentes médicos extranjeros, quienes impartieron a la primera generación de egresados esa cultura medica europea enciclopédica.  Fue la era de los maestros Pi Suñer en Bioquímica y Fisiología, de Garreta Sabadell, Farmacología, de Herrera en Histología y Patología, de Górriz en Psicología y Psiquiatría y de Moreno en Anatomía. Fue la era de creación de una identidad de la Facultad de Medicina y la era de logro de un prestigio nacional e internacional para la misma.

La segunda era de nuestra Escuela de Medicina, nos atrevemos a aventurar, termina con la muerte del Dr. Tejada. Los primeros profesores de la Escuela fueron maestros de cierta edad, con amplio prestigio,  que le impartieron jerarquía a la nueva Facultad.  Con el advenimiento del Dr. Tejada, aparece el nuevo valor autóctono, joven, inteligente, con excelente preparación científica y académica, aunado a una vasta cultura. En él el arte y la ciencia de la medicina estaban fusionados e inseparables, la ciencia y la cultura entrelazadas, la rectitud y la comprensión profunda, amalgamadas.

Comenzando en el año de 1971, como presidente de la Comisión Permanente de Servicios Médicos de la Facultad de Medicina, el doctor Tejada facilitó el establecimiento del Hospital General de la Caja de Seguro Social como un real hospital universitario (si bien dicha denominación no se alcanza de forma oficial) donde fue siempre el solícito consultor, el tutor de estudiantes de medicina y de médicos, y promotor de la docencia médica. Fue internista, Jefe de Medicina Interna, Subdirector de Docencia y posteriormente a su subespecialización en neurología, Jefe Fundador del Servicio de Neurología del Complejo Hospitalario Metropolitano de la Caja de Seguro Social.

El Dr. Tejada fue todo en la Facultad de Medicina. De asistente de cátedra a profesor titular, de maestro en la conferencia a tutor en el hospital, de profesor de ciencias básicas como fue la neuroanatomía a ciencias clínicas como la propedéutica clínica o introducción a la medicina. Fue miembro de múltiples comisiones, casi de todas. Cuando era nombrado en una comisión era siempre cumplido y activo participante.  En 1975 inicia su posición como verdadero «regente» de la Escuela de Medicina al ser nombrado Presidente de la Comisión de Admisión, Orientación y Capacitación de la Escuela de Medicina. Fue el alma de esta importante Comisión de Admisión, donde hacia casi por sí solo todo el agotador trabajo, año tras año, de estudiar y clasificar a los aspirantes a ingreso a la Facultad de Medicina. El dicho de «nadie es imprescindible» parecía tener como  excepción al Dr. Tejada. Acucioso en el estudio de los Planes de estudio y Docencia, siempre fue un puntual en las comisiones que han ido modificando el currículum de la Facultad. El Dr. Tejada consideró a la Escuela de Medicina como su vástago, parte de sí mismo. Como tal, puso siempre extremo cuidado en el desenvolvimiento de sus actividades a nombre de la misma. Por ejemplo, los exámenes de admislón eran confeccionados por él personalmente, así como las tediosas pero necesarias tabulaciones de los resultados en colaboración con los demás miembros de la comisión, mimeografiados y guardados en su casa antes de ser presentados, luego entregados a los candidatos por su propia mano.

Entendiendo la relevancia de la tarea (el hecho de que dicho examen decidía el futuro de un sinnúmero de personas), guardaba los detalles del mismo con el mayor celo.  A través de 17 años, hijos de colegas y amigos no esperaron recibir ningún tipo de canonjía y, de forma atípica, no hubo jamás acusaciones de favoritismos o injusticias. Profesor por excelencia. Sus cátedras consistían primordialmente de charlas que incluían información de un gran número de textos y excedían el acervo de los libros de referencia más extensos. Cada clase era un ejercicio en erudición. Profundas disertaciones rendidas con una variedad de métodos audiovisuales, usualmente salpicadas con interjecciones alusivas a detalles que conociese de los estudiantes. Siempre mantenía la atención de todos v cada uno en el aula. Se comunicaba en lenguaje sencillo, campechano, nunca rimbombante, casi como enfatizando que el valor está en el contenido y no en la forma.

Cada presentación en cierta forma una obra de arte.  Las notas de Neuroanatomía  eran textos verdaderos de alta complejidad. Las clases de Propedéutica se convirtieron en el «‘Folletón de Tejada» que muchos utilizaron por el resto de sus estudios en la Facultad, durante el internado y aún hoy, como referencia para examen y diagnóstico. Varios le sugirieron convertir el «folletón» en un libro, siempre se negó. «Ya lo tienen y es gratis».

Aníbal Tejada se convirtió en una leyenda en su propio tiempo, Las razones son muchas. Conocía a todos sus estudiantes por su nombre completo. Comenzaba su seguida clase del semestre «»pasando lista» de memoria. Percibido como una persona sumamente austera y reservada, el Dr. Tejada sorprendía a los estudiantes con sus acuciosas observaciones de las situaciones personales por las cuales pasaban. Sin fraternizar con sus discípulos, tenía tal grado de apercepción que apreciaba detalles íntimos de aquellos a quien miraba a distancia. Esta habilidad le dio un renombre casi místico dentro del estudiantado: una sensación de omnipresencia.

Una anécdota del año de 1981 resalta esa experiencia: después de entregar notas de un examen en el cual muchos estudiantes alcanzaron calificaciones muy bajas, el Dr. Tejada se dirigió al grupo arguyendo que él tenía seguridad que el problema no era «‘exceso de glía» sino falta de disciplina de estudio. Procedió a indicar como había notado en días anteriores a un gran grupo de estudiantes conversando largo tiempo en los pasillos y a otro echando chistes, etc., en vez de utilizar el tiempo repasando las lecciones. Días más tarde este grupo estaba reunido en el estacionamiento esperando entrar a un examen de anatomía tipo «‘rondín» en el cual se camina a través de diferentes especimenes uno por uno. Uno de los estudiantes bromeaba que debían todos ponerse a estudiar, ya que el maestro Tejada «‘todo lo ve» y notaría desde allá arriba en el Hospital del Seguro Social que todos conversaban mientras esperaban su turno para entrar al examen.

Este estudiante entonces comenzó a caminar con libro abierto, fingiendo que leía. Dos días después, el maestro Tejada comenzó su clase diciendo «‘hace menos de una semana les dije que debían aprovechar su tiempo, organizarse… y hace dos días los veo sentados bromeando en el estacionamiento por dos horas, bueno, todos con excepción de…»

Si bien había severidad en su proceder, en el área de evaluaciones académicas, tomaba tiempo para dirigirse a cada estudiante que consideraba a riesgo de fracasar, ofreciendo consejo. Si bien muchos estudiantes le temían, le tenían un respeto señorial. Él, por su parte, ocasionalmente se chanceaba con alguno demostrando una apertura que muchas veces tomaba a los jóvenes «‘fuera de base».  Dijo alguno: «‘es como si el Papa le echara a uno un chiste; no se sabe si uno debe reírse a carcajadas o sonreírse solapadamente».

Consideró la oportunidad de estudiar medicina en nuestra Facultad como un regalo que los estudiantes debían agradecer. Regularmente nos recordaba el costo de la educación médica alrededor del mundo y cuán insignificante era el costo en Panamá.

Asimismo, siempre entendió el papel del estudiante como uno de dedicación total. Sentía que el fracaso era siempre debido a falta de rigor en la organización de las tareas y no debido a falta de capacidad intelectual o la dificultad del curso. De hecho, profesaba que el «‘estudiante completo» debía ser ávido lector de la cultura  de los tiempos, versado en otras artes aparte de la medicina e involucrado en otras actividades estudiantiles, por cuanto, nuevamente, «‘todo es cuestión de organizar su tíempo».

«Tiempo siempre hay de sobra», «Si usted lee dos páginas en el pasillo durante el almuerzo, otras dos en el excusado y tres en el bus, ya aprendió todo lo de hoy», solía decir. Igualmente, insistía que la medicina se aprendía «de diario”. “No se puede pasar un día sin aprender». Para enfatizar aquello, ponía pruebas cortas cada día de clase, introduciendo el concepto de la educación médica continuada desde el mismo inicio de nuestras carreras. Además, era el único profesor que impartía lecciones los sábados. Los estudiantes tenían la absoluta seguridad de que toda pregunta de los exámenes había sido discutida en clase. Los exámenes, sin embargo, eran legendarios. Convencido de que no se evaluaba correctamente al estudiante a través de una selección aleatoria de preguntas, sus pruebas muchas veces contenían casi todo el material discutido en el aula. Exámenes de 300 preguntas o más era la norma más que la excepción. Todos escritos y corregidos por él personalmente.  Decía sufrir de insomnio y utilizar aquel tiempo para escribir y corregir exámenes.  Insistía en que no había un «atajo» para triunfar y lo enseñaba con ejemplos vivos, algunas veces dolorosos. En el año 1980, un grupo le pidió que les dijera qué áreas del curso serían más enfatizadas en el examen final de Propedéutica, como respuesta les dijo que «‘todas». Ese año puso el célebre examen final de 1,200 preguntas que duró 7 horas.

Otro grupo repetidamente le pidió que no incluyera dibujos de cortes histológicos para identificar como parte del examen y él accedió. El día de la prueba los estudiantes encontraron cuarenta preguntas de llenar espacios con la descripción verbal de cortes anatómicos.

Siempre vio su papel como aquel de guardián de la calidad académica de la Facultad y Juez del carácter de aquel que estaba destinado a graduarse como médico. De por sí, una responsabilidad predestinada a producir dolor, indignación  amargura a aquellos que no alcanzaron el triunfo en sus dos cátedras; sin embargo, misión que autodenominó parte de su ministerio, una verdadera misión  apostólica como la denominara Michael Balint.

Los estudiantes en cierta forma le temían pero mucho más le respetaban. Un respeto profundo, intenso, surrealista, difícil de definir. El sentimiento universal de los estudiantes al obtener una calificación menos que aceptable era complejo,  o por supuesto airoso, como una mezcla de tristeza por haberle desilusionad; cierta forma de verguenza. Semejante al sentir del atleta al desilusionar a su entrenador. Decididamente no el sentimiento usual del joven estudiante frente a la adversidad.

Durante los setentas y ochentas se dio por llamar a ciertos docentes «profesor(a)» como elogio y distinción al estilo de Europa. Sin embargo, durante todo ese período sólo hubo un «maestro», el maestro Tejada.  Eventualmente referirse al «maestro» era suficiente para saber que se hacia referencia al Dr. Tejada.

Entendió la profesión médica como «la más alta de las humanidades», como describió Robeit Louis Stevenson, y exigía devoción al estudio y el más alto grado de honestidad. Advertía en el inicio de sus cursos que el menor indicio de actividades fraudulentas se acompañaría de diligencias para asegurar la expulsión del ofensor. Siempre cumplió sus promesas. Solía explicar entonces que, si alguna vez fuese paciente: «no quiero abrir los ojos en la camilla del cuarto de urgencia y ver la cara de uno que se copiaba en mi clase».

Por cerca de veinte años, Aníbal Tejada forjó cada uno de los egresados de la Facultad de Medicina, desde la selección original hasta la graduación, influenciando de forma decisiva quién alcanzaría el galardón, a través de sus cátedras. Una responsabilidad que tomó como misión y ejercía con orgullo pero sin arrogancia. Quien se graduaba de médico en Panamá tenía que haber sorteado exitosamente al maestro Tejada.

Hombre sumamente complejo, como son los genios. Su interés fundamental era el enseñar. Dedicó la totalidad de su carrera a la educación. Nunca tuvo práctica privada y su práctica clínica institucional estaba asociada a la educación de estudiantes y de residentes. Sin embargo, era clínico excepcional y muy apreciado por sus pacientes.

Visitaba pacientes en casa, con frecuencia de forma gratuita ¡Cuándo cobraba lo hacia según el número de aparatos de televisión que encontraba en el hogar! Aníbal Tejada era un individuo taciturno pero jovial, con un humor profundo, de alto sentido del ridículo, a la Voltaire. Encontraba incomprensible la obsesión con lo material. Siempre de camisa y corbata, nunca exagerado o llamativo. Decía que el médico debía lucir impecable, pero no ostentoso, elegante pero no chillón, de «manos tersas y zapatos sucios», como los usaba él. Pragmático al extremo: manejó un modesto carro americano durante los setentas y cuando por fin lo cambió por un nuevo vehículo, lo escogió de acuerdo a las reseñas del Consumer Report – al comprar un «Honda Accord» que manejó por el resto de su vida.

Vivió siempre cerca de la Universidad como para sentirse vecino de sus alumnos. Adicto a la lectura, devoraba el Time y Newsweek semanalmente, en idioma inglés, que aprendió en su edad adulta de forma autodidacta. Consideraba imperativo el estar enterado de los eventos nacionales y mundiales.  «El médico debe siempre saber más que el paciente”.

Disfrutaba de los clásicos, pero jamás ostentaba el ser un hombre «culto» o en alguna forma especial. En uno de sus exámenes de admisión preguntó quién era Hugh Hefner (editor de la revista Plavboy). A pesar de ser un hombre de gran cultura y depurada razón, su dicción estaba llena de expresiones pintorescas y referencias a la vida bucólica y tranquila. Aunque humilde en su infancia era un hombre universal dentro de pellejo campesino. Sencillo y cosmopolita. Penetrante, recatado. Una vida de amalgamas  y contradicciones.  Uno de aquellos individuos únicos que se puede catalogar como especial, nunca excéntrico. Era considerado el ~’director sin título» de la Facultad de Medicina y fue nombrado Vicedecano encargado en 1982 y Decano encargado en 1984. Nunca aspiró a una posición elevada en las estructuras universitarias. Siendo quien personificaba la Facultad, no buscó el prestigio de una posición jerárquica. Si era consciente de su estatus como, en alguna medida – «el poder detrás del poder (y quizás lo era) nunca lo expresó públicamente. Los dignatarios de la Facultad reconocían su posición como quien esencialmente decidía las promociones de entrada » de graduación  de la Facultad y regularmente inquirían su opinión en diversos asuntos.

Tendía a involucrarse en las áreas que entendía vitales para el mejoramiento de la calidad académica de la Facultad –  pero encontraba baladíes muchas de las posturas políticas de la época y aborrecía «perder el tiempo en digresiones intrascendentes. Solo entonces tenía detractores, pero realmente no se le conocían enemigos. Argumentaba con precisión y algunas veces mordacidad pero mantenía siempre un alto nivel de decoro. La dignidad con que se conducía en las discusiones oficiales hacía difícil el usar críticas insultantes.  Asimismo, el Dr. Tejada díscutía con vigor pero sin ofender.  Su opinión  solía ser la final en las Juntas de Facultad.

Reconoció que la función fundamental del profesor era enseñar y no creía en escalar puestos por medio de publicaciones o investigaciones. Sin embargo, estimuló a sus estudiantes a participar en dichos afanes en el futuro, siempre y cuando lo hiciesen con el afán a producir algo novel y de utilidad.  Sentía desdén por el afán de figurar.

Los archivos de la Facultad no contienen su currículo ni su foto. Nunca pidió ascenso de categoría. “Con un puesto mayor no voy a dar clases de forma distinta».

Encontraba superficial la vanidad, y prefirió el seguir viviendo a través de lo que enseñaba a sus estudiantes.

En un área caracterizada por choques de egos, el maestro Tejada parecía no tener uno. Poseía una modestia extremada, casi existencial. Su vida privada así lo era. Pocos conocían sus afanes fuera de la Facultad. Siempre parecía que lo único era la Facultad. Sus hermanos menores, Foción Tejada y Mary Berti Tejada de Del Río, le tenían igual admiración que sus alumnos. Los estudiantes consiguieron que la Biblioteca de la Escuela de Medicina recibiera su nombre.

El Decanato en 1986 le nombró Profesor Magnífico de Medicina Interna.

El Dr. Tejada dio todo su ser a la enseñanza de los futuros médicos. Aquí fue donde descolló como una lumbrera y donde alcanzó cimas muy difíciles de emular. Como clínico fue excelente, pues combinaba el conocimiento profundo con una intuición incomprensible y una lógica no encontrada en otros. Transformó las cátedras de Neuroanatomía y Propedéutica Clínica para hacerlas de las más respetables de la Escuela de Medicina, donde sus alumnos siempre encontraban las explicaciones y las respuestas más diáfanas y una rectitud académica sin par.

Su palabra fue dogma, pero un dogma razonado y justo. Muchos tratarán de emularlo, creo que sin poderlo alcanzar nunca. Fue el insistente buscador de la perfección y eso se lo contagió a muchos de sus alumnos, Con Tejada se alcanza la era de la consolidación y la jerarquización de los valores autóctonos de la Escuela de Medicina.

La Patria le ha de estar agradecida para siempre pues en su forma callada y sutil hizo por ella más que todos los políticos: dejó un legado y una pléyade de alumnos que lo recordarán siempre y una Escuela de Medicina digna, académica, sólida y respetada.

Aníhal Tejada enfermó de cáncer en 1986. La malignidad tuvo un desarrollo tan decisivo como el de su huésped. Como antes, demostró su característico estoicismo. Aún consciente, Aníbal Tejada llamó a sus familiares indicándoles que estaba por morir a las 6:30 de la tarde del día 24 de enero de 1987. Treinta minutos más tarde falleció.

El fin de una era

La muerte del titán. Un hondo vado. Una tarea bien hecha Casi 30 años de creación Una Facultad de primera. Panamá agradecida.

5 comments for “El Dr. Aníbal Tejada, visión de dos generaciones de médicos egresados de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *